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¿Qué es educar?

Publicado: lunes, 15 noviembre, 2010 de Yizeh en General
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Voy a hablar desde mi único y particular punto de vista e intentar responder a la siguiente pregunta: ¿qué es educar? ¿Qué es la Educación?

Pues bien, para mí educar es un intercambio de experiencias en el que una persona transmite a otra una serie de conocimientos, valores, procedimientos e impresiones. A su vez el enseñante adquiere destrezas y afina su método educativo. Sin hablar de la satisfacción que obtiene si la enseñanza es exitosa. Por tanto, yo no concibo la enseñanza si no se disfruta. Y eso va tanto por el que enseña como por el que es enseñado. La enseñanza nunca será exitosa si no le gusta a quien la imparte. Y por supuesto, si no le gusta a quien la recibe.

Pero, ¿quién ha estado siempre a gusto con la enseñanza que recibía? ¿Quién no ha odiado nunca una asignatura? ¿Y quién no ha aborrecido nunca a un profesor? ¿Significa esto que en todos estos casos la culpa de que no nos guste lo que estudiamos es del profesor o del alumno? La respuesta es bien sencilla: no. No tiene porqué. Hay excelentes docentes y docentes mediocres. Sin embargo, no existe ni probablemente exista un cien por ciento de éxitos. Y me atrevo a decir que esto se cumple en muchas disciplinas (si no todas), y no sólo en la docencia.

¿Qué falla, entonces? Miles de cosas. De entrada, el sistema educativo actual tiene una falla de base: todas las asignaturas son obligatorias. O casi todas. Al menos en primaria y secundaria.

Por tanto, imaginemos el siguiente caso: el alumno X, de secundaria, brillante en dibujo, literatura, deporte, pero mediocre en matemáticas. Por mucho que se esfuerza, no logra aprobar esta asignatura. Finalmente, la da por perdida. Es entonces cuando dirá la bien sabida frase: «yo odio las matemáticas». Su padre o madre se acercará a él un día y le preguntará: ¿X, tú qué quieres ser de mayor?». X contestará: «yo quiero estudiar Bellas Artes» o «yo quiero estudiar un ciclo formativo de diseño» o «yo quiero trabajar en una tienda de cómics». Es decir, el alumno X jamás va a necesitar las matemáticas propias de la secundaria. Obviamente, necesitará ciertas destrezas aritméticas que TODOS deberíamos de tener. Sin embargo, ni en Bellas Artes, ni dedicándose al diseño, ni trabajando en una tienda necesitará saber lo que es un vector, una matriz, una derivada o una integral. Pero, por supuesto, esto es una barbaridad (a ojos de la sociedad). ¿Cómo va a dejar alguien de dar una asignatura como matemáticas?

Tengamos ahora el siguiente ejemplo: el alumno Y, estudiante de bachillerato. Quiere estudiar una carrera científico-técnica, como Informática, Física o Telecomunicaciones. Pero Y tiene antes que superar una dura prueba: 1º, 2º de Bachillerato y Selectividad. En ambos cursos y en Selectividad hay que superar las siguientes asignaturas: Historia, Lengua y Literatura, Historia de la Filosofía. Ni que decir tiene que en ningún momento en una carrera técnica se estudiará ninguna de estas materias. Es más, tampoco le van a exigir en ninguna asignatura de la carrera el conocimiento de estos temas. Por tanto, ¿para qué se estudia? Podría emplearse el tiempo de estas asignaturas en formar más eficientemente al alumno para lo que realmente le interesa. Un purista dirá: «no, porque el alumno tiene que conocer la historia de España», por poner un ejemplo. Pero oiga, que hay miles de alumnos que no cursan Bachillerato, y por extensión, estas asignaturas, y sin embargo nadie puede decir con absoluta certeza «han desperdiciado su vida», «jamás van a encontrar un trabajo» o «son infelices».

Y es que he intentado responder a la pregunta de qué es educar. Pero hay una mayor, y es ¿para qué sirve educar? Lo que origina una respuesta bicéfala. Por una parte, para lo anteriormente dicho, para aprender enseñando y enseñar aprendiendo. Por otra, para alcanzar un objetivo evidente, pero que a muchos se les ha olvidado: ser feliz. ¿No es el objetivo primordial de toda persona? Ser feliz, con todo lo que ello implica.

¿Y cómo ser feliz? Intervienen muchos factores, desde luego. Pero los educadores deberíamos tener en cuenta nuestra responsabilidad. Cuando un alumno puede elegir, sea una carrera (y con carrera me refiero a toda la época estudiantil), o una forma de vivir, el alumno tiene un camino casi asegurado hacia sus objetivos. Hagamos que los alumnos vivan encadenados y obligados a hacer lo que no quieren y a estudiar lo que les disgusta.

Como ejemplo, la escuela Summerhill, en Reino Unido. Probablemente su fama le preceda. En ella los alumnos pueden escoger libremente todas las asignaturas, ¡e incluso pueden no ir a ninguna, si así lo quieren! Y pese a lo que todos pensarían, en esa escuela casi todos los niños terminan apechugando y yendo a clase (y digo casi, porque, repito, el éxito nunca es del cien por cien en ningún sistema, por mucho que se obligue a estudiar). Incluso se da la posibilidad de que los alumnos preparen el examen de ingreso universitario, obteniendo siempre muy buenos resultados. Pero, por supuesto, sólo los preparan quienes realmente muestran interés. De esa escuela, fundada por A. S. Neill, han salido todo tipo de profesionales, universitarios, albañiles, actores, profesores, artistas, científicos, y un largo etcétera. Pero, pese a que no puede presumir de lograr que un alto porcentaje de alumnos terminen estudiando una carrera universitaria, sí puede presumir de que casi el total de los alumnos, al salir de la escuela, son felices, elige nsu propio camino. Se puede deducir de esto que el principio «la libertad da felicidad» también funciona en la educación. En el caso de Summerhill, su principal dogma es que el niño es bueno por naturaleza, y que va a saber amoldarse a las responsabilidades que se le presten. En la sociedad actual, pasa justamente lo contrario. Quien lea estas líneas pensará «qué barbaridad, si mi hijo pudiera elegir, no iría a clase». Pues sí, dejaría de ir a clase, pero no olvidemos que su hijo ha sido educado en una sociedad que no espera más de él. Es otra de las tesis de Neill, que el niño tiene que aprender a elegir desde pequeño, pues las circunstancias sociales le afectarán más cuanto más tiempo haya estado en esa sociedad. Es decir, que el niño que llega a Summerhill con quince años no responde igual que el que llega con ocho.

 

Escuela de Summerhill

Entonces no deberíamos dejar que los chicos de hoy decidieran, ¿no? Ya que les hemos enseñado y amoldado a la idea de que todo está establecido. Pues no, podemos hacer que elijan, progresivamente, cada vez más. Y así evitar, no sólo el gran fracaso escolar de hoy en día, sino que además provocaremos que los alumnos de hoy sean gente feliz mañana. Y sobretodo satisfechos con su propia vida. Con sus propias elecciones.

Para quien quiera saber más sobre la escuela Summerhill, le recomiendo los libros:
· «Summerhill, un punto de vista radical sobre la educación de los niños»
· «Hablando de Summerhill»
Ambos son de A. S. Neill, fundador de la escuela y director de ella hasta su muerte, en los años 70. Muy recomendables, en ellos trata los éxitos y fracasos de su escuela, así como mil ejemplos de cómo los alumnos respondieron a su sistema, mayormente positivos.

Más adelante dedicaré una entrada a esta escuela y su revolucionario y controvertido método.